Lavadora manual del siglo XIX

Inventos ingeniosos – La lavadora

En la serie Inventos ingeniosos nos fijamos en las cosas que nos rodean para preguntarnos de dónde vienen, quién tuvo la inteligencia y el tesón suficientes para crearlas, cómo funcionan y de qué modo han ido evolucionando a lo largo del tiempo. En la última entrega de la serie nos zambullimos en el origen e historia del reloj en dos partes; antes de eso, habíamos hablado del jabón, y el invento de hoy está muy relacionado con él, aunque es muchísimo más moderno. Hablaremos de la lavadora.

Lavadora manual del siglo XIX
Lavadora manual del siglo XIX, Irlanda (Itub/CC 2.5 Attribution-Sharealike License).

No sólo hubo un tiempo en el que no había lavadoras, sino que ese tiempo constituye la inmensa mayoría de nuestra historia: se trata de un invento recentísimo. Al contrario que otros de los que hemos hablado en esta serie, no es algo vital –aunque sí muy cómodo– y una lavadora eficaz requiere de ciertos avances relativamente recientes para ser diseñada y construida. De modo que, durante milenios, nos las apañamos sin ellas (y hoy en día siguen sin existir en muchos lugares, por supuesto).

De modo que lo habitual era –y sigue siendo donde no existen las lavadoras– lavar la ropa a mano. Esto requiere básicamente tres cosas: mojar la ropa, si es posible haciendo pasar el agua a través del tejido para llevarse consigo la suciedad, emplear jabón por sus mágicas propiedades anfipáticas y, finalmente, frotar, golpear retorcer y restregar la ropa de modo que forcemos a separarse de las fibras del tejido las partículas de suciedad más tercas. Hacer esto bien requiere de un tiempo bastante largo, y es tedioso y repetitivo, además de cansado… pero no había otra opción, claro.

Lavadoras

El ingenio humano, sin embargo, empezó a buscar algunas herramientas que hicieran el proceso más cómodo y eficaz desde el principio. Por ejemplo, tenemos conocimiento de que los antiguos egipcios ya empleaban batidores de madera con los que golpear la ropa contra las rocas. Este tipo de batidores se hicieron muy comunes (puedes verlos en uso a la derecha), y naturalmente se siguen utilizando hoy en día. Desde luego, aunque los batidores hacen más eficaz el lavado manual, no lo hacen mucho más cómodo. Una vez que las casas tuvieron agua corriente, la cosa mejoró mucho, pues no era ya necesario ir a la fuente o al río a lavar, y las casas se adaptaron a ello.

Una de las mejoras de los últimos dos siglos fue la tabla de lavar: una superficie ondulada sobre la que frotar la ropa una y otra vez. La combinación de disponer de agua en casa, poder calentarla allí para eliminar la suciedad más fácilmente, utilizar las tablas de lavar y los batidores, etc., hicieron del lavado un poco menos tedioso, pero sólo un poco. Otras mejoras mecánicas fueron apareciendo a lo largo del tiempo, pero todas ellas callejones sin salida en lo que a la mecanización del lavado de ropa se refiere –que es lo que nos interesa hoy–… excepto una.

Un… ¿un qué? ¿cómo demonios se llama esto?
Un… ¿un qué? ¿cómo demonios se llama esto?

Y, aunque parezca mentira, no sé el nombre en castellano para este invento, de modo que permitid que os lo describa, a ver si alguien que sepa puede decirnos cómo se llama y actualicemos el artículo con el nombre correcto (en inglés se llama washing dolly). Se trataba normalmente de una pieza de madera con un mango muy largo, que en su extremo inferior tenía una serie de “dientes” que se introducían en la ropa. La manera de usarlo era meter la ropa en un cubo grande, con agua –mejor caliente– y jabón, poner el batidor contra la ropa y, básicamente, dar vueltas y vueltas para que el agua jabonosa atravesara la ropa una y otra vez, y golpeando la ropa desde arriba de vez en cuando.

Mujer lavando con un “washing dolly”
Mujer lavando con un “washing dolly” en el siglo XIX.

Otras versiones utilizaban una piedra o una pieza de metal en el extremo inferior, para poder golpear la ropa, y otras actuaban como una ventosa que succionaba el agua y la hacía pasar así a través de los tejidos. La principal ventaja de usar este invento es que no hacía falta estar agachado, por la longitud del mango. Pero el avance fundamental del invento, la clave de todo el asunto a largo plazo, no es la longitud… ¡es el tipo de movimiento! La manera normal de utilizarlo era, como he dicho antes, dar vueltas y vueltas… y fabricar mecanismos que realicen un movimiento giratorio es muy fácil, mucho más que hacer algo que moviese la ropa de las complicadas maneras que lo hacían las lavanderas.

De modo que imagino que alguien observaría el modo de lavar con uno de esos objetos, y se le ocurriría cómo automatizar un poco el proceso. En ese momento nacen, aunque se trate de aparatos primitivos, las primeras lavadoras. Naturalmente, no utilizan electricidad y son absolutamente manuales, además de que sólo están disponibles para los más pudientes, pero son un avance considerable. No estamos seguros de cómo eran las primeras, ni de exactamente cuándo empezaron a utilizarse: la primera mención que existe de una lavadora mecánica es de 1691, pero se trata de una patente y ni siquiera sabemos si llegó a construirse.

Sí tenemos constancia de varias patentes y diseños diversos durante el siglo XVIII, todos ellos, por supuesto, de lavadoras manuales. Las primeras constaban básicamente de una cuba de madera con patas, que tenía una tapa. Se introducían la ropa, el agua y el jabón dentro de la cuba, y luego se accionaba un mecanismo manualmente –con una manivela o con una palanca–, que hacía girar unas paletas de forma similar a los batidores primitivos, haciendo girar la ropa dentro del agua jabonosa. Pero muy pronto aparecieron lavadoras mecánicas más avanzadas, que se parecen sorprendentemente a las modernas.

En 1782, el inglés Henry Sidgier patenta una lavadora en la que no hay palas giratorias: se trata de un cubo con el eje de giro horizontal, dentro del cual se introducen el agua jabonosa y la ropa, y luego se hace girar el propio cubo mediante una manivela en la parte superior. De este modo, la ropa da vueltas dentro del cubo, haciendo pasar el agua a través del tejido y frotándose, por el propio subir y luego caer de la ropa, unas prendas con otras. Este sistema era menos dañino para la ropa que las paletas de madera, y el diseño de Sidgier es el que finalmente triunfó y, con modificaciones, se sigue usando hoy en día (gracias a pardalet por montar la imagen compuesta, mucho mejor que lo que había antes):

Diseño de la lavadora de Henry Sidgier
Diseño de la lavadora de Henry Sidgier (1782).

Como puedes ver, el cubo o tambor en el que gira la ropa con el agua tiene una superficie rugosa, que trata de actuar como la de las tablas de lavar (algo que, por lo que sé, ya no suele hacerse, puesto que los tambores actuales suelen ser más o menos lisos). En cualquier caso, puedes ver la similitud –salvando las diferencias, claro– con las máquinas actuales. La lavadora de Sidgier aún requería de alguien dándole a la manivela sin descanso durante el lavado, y el cubo sólo giraba en un sentido (harían falta algunos años para lograr una alternancia del sentido de giro), pero se trata de un avance considerable.

Esto no quiere decir que los modelos con un cubo fijo y paletas móviles desaparecieran, ¡ni mucho menos! Siguieron usándose no sólo durante el siglo XIX, sino entrado ya el siglo XX, como puedes ver en este anuncio de 1910:

 

Anuncio de 1910
Anuncio de 1910

Durante el siglo XIX –sobre todo en la segunda mitad del siglo– hubo muchas patentes de lavadoras manuales. El problema de todas ellas era el evidente: que, aunque aligerasen un poco la tarea, seguían requiriendo de atención constante y trabajo muscular. Hacía falta una fuente de energía que realizase el trabajo… pero eso no era fácil a pequeña escala.

A gran escala no había problema, ¡estamos en el XIX!: como casi cualquier otra cosa que puedas imaginar, la máquina de vapor podía mover los tambores de las lavadoras como hacía con las ruedas de una locomotora. Esto era una solución excelente para las lavanderías industriales, en las que se construyeron enormes tambores que lavaban muchos kilos de ropa cada vez, movidos por el vapor. Además, en vez de calentar el agua aparte para luego introducirla en el tambor, como se hacía en las casas, en estas lavanderías había brasas bajo los tambores metálicos, de modo que se calentaba el agua directamente dentro del tambor, haciendo todo el proceso mucho más eficiente.

 

Lavandería del siglo XIX.
Lavandería del siglo XIX.

Pero claro, esto no es una solución para una pequeña lavadora doméstica, y había que esperar a la expansión de la electricidad en las casas en el siglo XX, ya que los motores eléctricos son una muy buena manera de mover el tambor, y las resistencias son una excelente manera de calentar el agua directamente en la lavadora. No está muy claro quién fue el primero en inventar una lavadora eléctrica, pero a diferencia de otros inventos de los que hemos hablado en esta serie, no hace falta ser un genio para sustituir la manivela del tambor o las palas por un motorcillo eléctrico. Parece que el primero en hacerlo fue o bien Louis Goldenberg, o Alva J. Fisher, ambos estadounidenses, al final del siglo XIX o principio del XX.

Lo que sí sabemos es que en 1904 ya se hablaba en los periódicos de lavadoras eléctricas, pero hacía falta aún bastante tiempo para que se convirtieran en algo más que una curiosidad para los adinerados. Es más: las lavadoras manuales siguieron usándose de manera mayoritaria durante la primera mitad del siglo XX, debido fundamentalmente al precio de las eléctricas, que llegaban a costar lo que un coche en algunos casos.

Aparte del precio, las primeras lavadoras eléctricas tenían otro problema: el motor, la cinta de transmisión y los engranajes estaban fuera de la estructura de la lavadora. El tambor y la tapa perdían agua con cierta facilidad, de modo que la mayor parte de estas lavadoras, al funcionar, acababan mojando el motor y los cables, lo que podía dar lugar a cortocircuitos y accidentes de la peor especie. No, me parece que durante mucho tiempo no tenía demasiado sentido comprar una lavadora eléctrica.

Lavadora eléctrica alemana de motor externo
Lavadora eléctrica alemana de motor externo (Nordelch/CC Attribution-Sharealike 3.0 License).

Al mismo tiempo que evolucionaba el lavado, también lo hacía el secado: cuando la ropa se lavaba a mano, en el río, la fuente o donde fuera, se retorcía para eliminar la mayor cantidad posible de agua del tejido. Después se colgaba al aire y el sol para que se secara. Sin embargo, las lavadoras manuales ya disponían de una pequeña ayuda para esto, que puedes ver en la foto del principio del artículo: una especie de prensa con manivela por la que se hacía pasar la ropa mojada, de modo que el exceso de agua cayera de nuevo en la cubeta. Las lavadoras eléctricas movían la prensa, como el tambor o las paletas, de manera automática, ayudando a un secado inicial de la ropa.

Sin embargo, al igual que exponer el motor y los cables a pérdidas de agua no era una buena idea, tampoco lo era utilizar una prensa eléctrica. Claro, si te pillaba los dedos podías darle al interruptor para pararla, pero eso no es igual de inmediato que dejar de dar vueltas a una manivela. La solución era el centrifugado, una de las tres mejoras fundamentales que parecen haberse extendido alrededor de 1930 (de las otras dos hablaremos en un momento).

La idea básica era hacer que el tambor de la lavadora fuera doble: el exterior es un tambor normal, con entrada y salida de agua, y el interior tiene pequeños agujeros por los que puede pasar el agua pero no la ropa. Mientras el tambor gira de manera razonablemente lenta, el agua y la ropa están mezclados, pero si se hace girar el tambor muy rápido, el agua se escapa por los agujeros y la ropa se seca hasta cierto punto –tanto más cuanto mayor sea la velocidad de giro, por supuesto–. Las primeras máquinas centrifugadoras no lograban velocidades muy grandes, pero según fueron avanzando los motores eléctricos se fue consiguiendo un mayor secado… lo cual supuso un nuevo problema que probablemente ya imaginas, pero paciencia.

 

Una de las primeras lavadoras con todo el sistema dentro
Una de las primeras lavadoras con todo el sistema dentro del chasis.

Las otras dos mejoras de la época fueron, por una parte, la inclusión de todo el sistema eléctrico y mecánico dentro de un chasis, que es como imagino que has conocido las lavadoras tú, estimado lector. Esto hacía más seguro el emplearlas, siempre que el chasis no estuviera en contacto con ningún cable, por supuesto –algo que sigue pasando de vez en cuando hoy en día–, y mantenía la habitación seca si nada iba mal; y, por otro lado, el uso del agua corriente de las casas para llenar la lavadora. Antes de que casi todas las casas tuvieran una, se utilizaba un tubo que se conectaba directamente al grifo normal del fregadero de la cocina, aunque posteriormente –como sucede ahora– suele haber grifos específicos para este electrodoméstico.

Pero, como digo, el centrifugado trajo consigo un problema: la velocidad de giro y las vibraciones asociadas a él hacían que las lavadoras se movieran sin control, dejando el sitio en el que habían sido colocadas y “caminando” a ritmo del centrifugado (algo que sigue pasando hoy en día de vez en cuando). La solución, entonces igual que ahora, era burda pero sencilla: lograr la mayor cantidad de peso posible. Antiguamente se ponían piezas de hierro forjado dentro de la lavadora, y hoy se hace con soluciones más baratas como, por ejemplo, el cemento. De ahí que las lavadoras sigan pesando tanto hoy… si no fuera así, se fugarían al centrifugar.

 

Peso de cemento en una lavadora del siglo XX.
Peso de cemento en una lavadora del siglo XX.

Las lavadoras eléctricas de los años 20-30 tenían una ventaja fundamental sobre las manuales: no hacía falta estar ahí todo el tiempo del lavado. Sin embargo, al principio sí se requería, además de calentar el agua antes de empezar el lavado, echarle un ojo a la colada de vez en cuando y cambiar la velocidad de giro manualmente, ya que no había programación alguna. Pero esto cambió pronto, y empezaron a construirse programadores electromecánicos que cambiaban la velocidad de giro automáticamente, con lo que no hacía falta más que empezar el ciclo (al principio sin más, luego seleccionando incluso el tipo de lavado) y vaciar la lavadora cuando éste había terminado.

En algunos casos, sin embargo, había tambores diferentes para el lavado y el centrifugado, con lo que la lavadora se detenía tras la primera parte del lavado y el usuario tenía que vaciar el primer tambor y llenar el segundo. ¡Pero cualquier cosa mejor que batir la ropa con un palo repetidamente durante un buen rato! En los 40, en Estados Unidos, las lavadoras eléctricas se extendieron como la pólvora, aunque en otros lugares habría que esperar algo más.

Con los años, además, las cosas fueron mejorando. En algunos lugares seguía (y sigue) habiendo grifos de agua fría y caliente que se conectan a la lavadora, mientras que en otros la máquina recibía siempre agua fría que luego se calentaba a la temperatura adecuada mediante resistencias eléctricas. Sin embargo, de vez en cuando había meteduras de pata, como la de Hoover. Su modelo Keymatic de los 60, en vez de tener un mando electromecánico para seleccionar el tipo de lavado, utilizaba cartuchos perforados que se introducían en una ranura de la lavadora, como en un ordenador. Dependiendo del tipo de lavado que se quisiera, metías un cartucho u otro. Según Hoover, se trataba de la lavadora más avanzada jamás construida… pero claro, si perdías un cartucho, ¡ya no podías realizar ese lavado nunca más! Aquí tienes el anuncio, que espero te haga sonreír como a mí:

En los 60 y 70 llegamos ya a lo que son lavadoras modernas, con un programador electrónico que controla el tiempo de giro, el sentido del motor y la velocidad, permite una miríada de combinaciones posibles en cuanto al tipo de lavado, temperatura del agua, etc. Así como en la primera parte de su historia el objetivo principal de los diseños de lavadoras era aumentar la efectividad del lavado y disminuir la duración del ciclo, en el último par de décadas las mejoras han tendido a centrarse en disminuir el consumo energético y de agua (intentando, claro está, no afectar la eficacia del lavado). El problema es que, como en tantas otras cosas, a veces es difícil alcanzar el equilibrio: cuanto más caliente está el agua y más cantidad de agua se utiliza, más intenso es el lavado, pero menos eficiente energéticamente es la lavadora.

Algo parecido ha sucedido con el secado. Como hemos visto, al principio las lavadoras no secaban la ropa en absoluto, pero muy pronto se utilizaron las prensas, que son energéticamente eficaces pero no secan la ropa demasiado. El centrifugado fue el siguiente paso, pero requiere una mayor cantidad de energía. Y muy pronto, en algunos lugares más frecuentemente que en otros, aparecieron secadoras junto a las lavadoras –mucho más comunes, por ejemplo, en Estados Unidos y Canadá que en Europa, no sé en el resto de América–.

Tras un centrifugado o prensado, aún hace falta colgar la ropa para que se seque, mientras que las secadoras que empezaron a aparecer a mediados del siglo XX dejaban la ropa completamente seca y lista para guardar… a cambio de un uso ingente de energía, claro. Las primeras en aparecer eran muy básicas y poco eficientes energéticamente (aunque se siguen usando muy a menudo); simplemente toman el aire circundante, lo calientan mucho y lo introducen en el tambor, de modo que una gran cantidad de agua se evapore. A continuación cogen ese aire muy caliente y muy húmedo y lo sacan del tambor al exterior de la casa.

Secadora de bomba de calo
Secadora de bomba de calor (dominio público).

Algo más eficaces son las secadoras que utilizan intercambiadores de calor pasivos, de modo que una vez el aire caliente ha evaporado el agua, en vez de dejarlo salir, se enfría de nuevo en una parte diferente de la secadora, con lo que el vapor de agua se condensa. El agua resultante a veces se recoge en un depósito (que hace falta vaciar de vez en cuando a mano, claro), o bien se hace salir por una tubería de la secadora; el aire vuelve a reutilizarse otra vez en el ciclo. Uno de los problemas de estas secadoras es que, a cambio de una mayor eficiencia energética, tardan bastante más en secar la ropa, y el otro es que suelen utilizar como refrigerante del ciclo el aire que las rodea, ¡con lo que la habitación donde estén acaba bastante caliente! Y las que no usan aire sino agua como refrigerante tienen que librarse del agua caliente y tomar más agua fría todo el tiempo, con lo que una vez más caen en un gran gasto de recursos.

Más eficaces aún –y más caras– son las que emplean una bomba de calor como intercambiador activo. Pero, en cualquiera de los casos, lo más recomendable energéticamente, sin duda, es el secado “al aire”, aunque tarde más y la ropa no esté tan suave al final. A veces, en nuestro afán por buscar la comodidad, llegamos demasiado lejos y luego es difícil volver hacia atrás…

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Créditos: Pedro Gómez-Esteban González. (2009). El Tamiz. Recuperado de: https://eltamiz.com/

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